Villancicos

miércoles, 1 de febrero de 2012

DAVID RODRIGUEZ....DE ACEBEDO



DAVID RODRIGUEZ,
UN MONTAÑÉS DE RAZA
Texto : Enrique Martínez Pérez


La historia de nuestra montaña está plagada de personajes anónimos. Gentes calladas, austeras, sufridas, duros como piedras, que han soportado estoicamente los rigores del clima de la tierra que los vio nacer y cuyo esfuerzo y sacrificio ha contribuido, sin duda, a modelar el paisaje que nos rodea. Gente humilde, honesta, aferrada a una economía de supervivencia. Gente de huerto, de madreñas, de guadaña, de majadas y zurrona, de orujo en la mañana y sopas de ajo en la noche, de fiestas de guardar, gente de respeto y de bien. Gente austera, sencilla, humilde pero digna, muy digna.

Hemos querido asomarnos a ese tipo de gente que en nuestra montaña ya empieza a escasear. Gente de pura raza montañesa que el transcurrir del tiempo ya se encarga de ir apartando y los obliga a permanecer en la cocina.
Cuando llegamos a casa de David, en Acebedo,Leon, el tiempo parece haberse detenido. La casa donde vive está al final de una amplia corralada. Antes, pasamos al lado de la cuadra, al fondo la portalada y a nuestra izquierda la hornera. A la puerta dos pares de madreñas nos indican que en la casa hay, al menos, dos personas.
- Allá voy…
- Pasa hombre, no te quedes ahí a la puerta, pasa, pasa… -responden desde el interior.
Aunque es el día de Viernes Santo, día de oficios, David ya no sube a la iglesia. Y es que ésta no ofrece muchas facilidades ya que está situada en un altozano que otrora fue castillo y antes castro romano. Y no es porque D. Domingo, el cura, no se esmere en atender debidamente la parroquia después de 48 años de servicio al pueblo, que hoy mismo, por la mañana, logró reunir a 35 hombres en el coro de la iglesia en el canto de El Poderoso. El caso es que ya faltan las fuerzas y las ganas.
La cocina de David es genuina, de las de antes: el hogar, que en ese momento saca brillo una de sus hijas, la trébede, la cocina económica, la mesa de la cocina y el escaño. Desentonan enormemente un moderno horno microondas sobre la trébede, un televisor en color colocado en un triángulo de madera sobre el microondas y el frigorífico en un rincón de la cocina. De no se por estos electrodomésticos se podría decir que estamos en una cocina de los años 50 de cualquier casa de la montaña.
David está sentado en el escaño al pié de la lumbre y no entiende muy bien que lo que él nos pueda contar pueda tener el más mínimo interés. Le falla el oído pero durante toda nuestra conversación tiene el apoyo de su esposa, Gloria, que, de vez cuando, puntualiza algún detalle.
Intentamos hurgar en sus recuerdos más lejanos, aquellos que alcanzan su más tierna infancia cuando su madre Esther Cañon, que era de Corniero, lo trajo al mundo. Sabemos que su madre adquirió cierta notoriedad en la zona gracias a su gran habilidad como dentista. Dice David que aprendió con un médico y después de un breve examen, que consistió en una extracción en vivo, le habilitó como dentista y le entregó sus atributos: dos peculiares tenazas que la acompañarían a lo largo de su dilatada “carrera profesional”. En el pueblo pocos quedarían a quienes la tía Esther no haya quitado dolores de muelas y las muelas mismas. Cuando llegaba el paciente ya metía las tenazas en la lumbre, único medio que tenía para desinfectarlas. Una vez frías procedía con su oficio. Jamás una infección, nunca un solo problema.
-  Hasta 19 le quitó a una de Polvoredo que tenía un invernal en los Campos de María. Venía desesperada y le quitó las 19 de una sentada. Y encima le dio de comer. Claro que no comería mucho la pobre…
Nunca cobró dinero la tía Esther por este oficio. Ni siquiera la voluntad. Que iba a cobrar si nadie tenía un céntimo. Nos gustaría ver las famosas tenazas pero las tenazas de sacar las muelas, como tantas otras cosas, hace mucho tiempo que están desparecidas:
-  Las escondieron las hijas porque no querían que su madre siguiera sacando muelas, porque ya era mayor, -apunta Gloria, la esposa de David, que permanece durante toda la conversación sentada junta a él en el mismo escaño- … Y tan bien las escondieron que no han vuelto a aparecer. Estarán en algún pesebre, o en el desván, o vete tú a saber dónde…
El maestro de David se llamaba D. Basilio y era de Polvoredo. Era cojo y tenía muy malas pulgas. Tenía, además, Don Basilio la mala costumbre de mandar a los rapaces a buscar varas al monte. Entonces los maestros usaban varas para hacer entrar en razón a los rapaces. No te podías mover y la cosa se veía hasta normal. Si te portabas mal, justo era llevar unos leñazos, que no venían nada mal. Parecido a los tiempos que corren.
Cuando tocaba ir a por varas ya sabías lo que te esperaba a la vuelta: D. Basilio tenía la puñetera manía de probar la vara en el cuerpo del rapaz. Así que iban al monte como cordero al degolladero, a sabiendas de que, a la vuelta tenían que “probar” la vara. Y no podías decir nada porque tu padre te sacudía más a nada que le insinuaras.
Nació David en el año 1926. Cuando estalló la Guerra Civil contaba apenas 10 años. Mantiene, sin embargo, nítidos sus recuerdos de la desgraciada contienda. Acebedo cayó en zona nacional. Llegaban los camiones cargados de armamento que descargaban a la entrada del pueblo. Los vecinos estaban obligados “por ley” a transportar con la pareja de vacas y el carro, con mulas o con burros, los cargamentos de armas hasta las trincheras, situadas en la Peña Ten. Algo daban, pero poco. Qué iban a dar, si no había…
Recuerda David el día que a él le tocó el transporte. No tendría más de 11 años. Cargaron los carros por la tarde para ir a dormir a La Uña. Iba con Frasio, que ahí está. Al día siguiente, de madrugada, salieron de casa el molinero hacia Valdosín. Pero estaba muy frío, ya que era por Octubre “alante” y el teniente, o el que mandara aquello, les dejó beber algo de orujo. La falta de costumbre hizo que David cogiera una tremenda borrachera.
-  Llevo yo bebiendo orujo toda la vida y jamás me tuvieron que levantar del suelo- le dijo el tío Gabino, cuando se enteró de la trapisonda.
Cuando espantó la mona, camino arriba, hasta Valdosín con la pareja y el carro cargado de fusiles y cajas de balas. Allí, a la orilla del camino vio el primer muerto de su vida. Estaba bocarriba y tenía un tiro entre los ojos. Cree que era un “rojo”. Luego vio como otros hombres bajaban más “rojos” muertos para enterrar en La Uña. Y allí estarán…
Salió de la escuela a los catorce años, como era preceptivo entonces. Lo mejor es que se había librado para siempre de las varadas de D. Basilio. Digamos que su vida laboral ya había empezado mucho antes, pero a partir de ahora su quehacer como labrador y ganadero se iba a convertir en una rutina que duraría toda su vida. Siempre se dedicó a las mismas labores y pasó toda su vida en el pueblo. Sólo se ausentó en dos ocasiones: cuando fue a servir a Lois y cuando hizo el servicio militar, amén de un par de veces que visitó el hospital para operarse de las caderas.
En Lois estuvo sirviendo 6 años, desde los quince a los 21. El trabajo lo conocía bien: recoger la hierba, cuidar el ganado y limpiar las cuadras, regar el otoño, ordeñar las vacas... Solo en tiempo de verano los amos, que eran algo familia, le dejaban ir de fiesta. Recuerda haber ido varios años a la fiesta de Crémenes y a la de Argovejo. Recuerda que en Lois, después de los trabajos diarios, le echaban por la noche con el maestro a hacer cuentas, pero aquel maestro no usaba vara, como D. Basilio.
Estando en Lois, tierra de buenos sacerdotes, hicieron una obra de teatro representando La Pasión y a él le dieron uno de los papeles, pero no recuerda cual. Si recuerda haber representado la obra por varios pueblos de la montaña, incluido Acebedo. Aquel día llovía si Dios tiene agua y recuerda a la gente con los paraguas viendo la obra en una portalada. Cobraban entrada y con el dinero pagaban los gastos.
La otra salida del pueblo fue al servicio militar. No recuerda exactamente cuanto tiempo duró pero cree que sobre unos tres años. Estuvo en Medina del Campo, de cabo de artillería y pasaba un mes allá y otro en casa. No tiene malos recuerdos de la mili.
Nos damos cuenta que su memoria hace aguas de vez en cuando, pero su esposa le ayuda a recordar. David coge el fuelle y aviva la lumbre. Fuera el invierno se resiste a marcharse y nieva copiosamente.
-  Vaya invierno hemos tenido, -dice David mirando de soslayo hacia la ventana- y parece que le ha cogido gusto, coño.
Entra en la cocina uno de sus dos nietos mellizos, de cinco años, que además se llama como él. David se vuelca con el niño:
-  Casi los crié yo, pero ahora ya no puedo. Casi no voy allá ¿Quieres una galleta, monín?
Pero hoy David, el nieto, tiene faena contando las gallinas…
- ¿Pero cuántas gallinas tienes abuela…..?
-  Catorce y el gallo, -responde rauda la abuela.
El rapaz sale disparado por ver si le salen las cuentas y no atiende a las indicaciones de su abuela para que se abrigue, ni a las galletas que le ofrece su tía.
David se casó con Gloria en el año 1956 y de su matrimonio nacieron dos hijas: Esther y Amor, que también han vivido toda su vida en el pueblo. Esther regenta hoy una casa rural y Amor se dedica al ganado y a cuidar a sus padres.
La vida de nuestro protagonista David ha transcurrido, como ya queda dicho, dedicada a la labranza y al ganado, con todo lo que ello conlleva. Durante los inviernos era obligado depalar para despejar los caminos de nieve:
-  Te marcaban un varal y tenías que hacerlo, -dice resignado.
Iba todo el pueblo ya que en su época no había máquinas quitanieves. En cualquier momento había que evacuar un enfermo o atender cualquier emergencia. Limpiar y atender el ganado y reparar las herramientas para las faenas del campo, eran otras de las ocupaciones de David durante el invierno. Por las noches acudían a las hilas. Pero en su época ya casi no se hilaba de verdad. Solo se acuerda de una mujer que lo hacía. Se iba, sobre todo, a charlar. Entonces no había radio ni televisión. Había una serie de casas predispuestas para las hilas: aquellas que tenían las cocinas más grandes. Hasta preparaban bailes, de vez en cuando.
Llegada la primavera, había que empezar con las faenas del campo. Lo primero era preparar las tierras para la siembra. Entonces se sembraba de todo. También comenzaba la época de las veceras, que era lo que más tiempo ocupaba. En Acebedo había veceras de duendas (así llaman aquí a la pareja de trabajo), de paridas, de jatos, de cabaña, de ovejas, de corderos, de añojas… así que la gente andaba todo el día con la zurrona a cuestas.
Al final de Junio comenzaba la faena más importante de todo el año: la recogida de la hierba. David era un gran segador y tenía la peculiaridad de picar muy bien la guadaña, habilidad que le facilitaba el trabajo, en gran manera. Dice que Dacio, su hermano, no la entendía muy bien, pero tiraba “palante” porque tenía una fuerza descomunal. Estuvo muchas veces de segador a jornal. Segaba de sol a sol por dos duros (diez pesetas). Hoy serían 6 céntimos de euro, por toda una jornada de duro trabajo y mantenido. Pero la comida tampoco valía nada. Luego ya vinieron las máquinas de segar con vacas y más tarde, las segadoras a motor. Eso ya no era trabajar.
Terminada la siega, en los primeros días de agosto, empezaba la faena de la trilla. La trilla era un poco más llevadera, si cabe, que la siega. Lo más pesado era limpiar, ya que se necesitaba el aire y echabas el día entero. Luego también vinieron las máquinas de limpiar.
A mediados de septiembre había que picar de nuevo la guadaña para segar el otoño y luego venía la recogida de las patatas. Acabada esta faena, comenzaba el acarreo de la leña para el invierno, que había que cortar a hacha. No había motosierras. Una vez recogida toda la mies, el campo quedaba libre y se daban las derrotas. Eso hacía que las labores de pastoreo de ganado aflojaran y dejaran más tiempo a otras faenas.
Ya solo quedaba alzar las tierras y sembrar los cereales de ciclo largo y a esperar que nevara.
Y así un año y otro año hasta los 83 que cumplirá David el próximo 18 de mayo. Toda una vida dedicada a la tierra, dedicada a la montaña… Otras profesiones breves quedaron por el medio: ejerció de cabrero y anduvo algún tiempo de torero que aquí, en la montaña, no consiste en atormentar y dar muerte a los toros en una plaza cerrada, sino en cuidar y mimar a los sementales que tienen la misión de perpetuar la especie.
Terminada nuestra conversación, mientras el aprendiz de periodista recoge los “bártulos”, David mira curiosamente el ordenador portátil. También llama su atención el grabador que llevamos y que no es mayor que una caja de cerillas:
-  ¿Qué te parecen estas cosas David?
-  Coño, que me van a parecer, que todo lo que sea progreso, bien está, hombre, bien está. Y repite lo de “bien está” para remarcar que él no sabrá ni torta de estos artilugios, que no tienen nada que ver con una pala o una guadaña, pero que ve como necesarios para el futuro.
Le muestro las fotos que he tomado durante nuestra conversación y de repente exclama:
-  Coño, pero si también sale ahí la Gloria …
Y David se parte de risa contemplando a su señora en la pantalla del ordenador. Fuera no ha parado de nevar en toda la tarde.

Documento publicado en el número 30 de la Revista Comarcal de Riaño en Mayo de 2009. Escrito por Enrique Martínez Pérez.




DAVID RODRÍGUEZ,
MONTAÑÉS NOTABLE,
IN MEMORIAN
Enrique Martínez Pérez






David Rodríguez Cañón, de Acebedo, que inauguró nuestra sección de montañeses notables, falleció el pasado 9 de noviembre. Era David uno de esos últimos ejemplos que quedan en nuestra montaña de persona abnegada, sufrida, trabajadora y sencilla. Una vida dedicada al campo, al ganado, a su familia y a su pueblo,uno de esos grandes personajes desconocidos pero absolutamente necesarios en nuestra maravillosa montaña.
David, que había cumplido 83 años el pasado 18 de mayo, vio cumplida una gran ilusión cuando llegaron al mundo sus dos nietos mellizos. Con ellos disfrutó y compartió muchas horas durante los últimos años de su vida, alejado ya de las faenas a las que siempre se dedicó.
Vaya desde aquí nuestra admiración, nuestro respeto y nuestro recuerdo para un ejemplo de montañés, grande en humildad y nobleza.

Documento publicado en el número 32 de la Gacetilla Local. Montaña de Riaño en Noviembre de 2009.  Escrito por Enrique Martínez Pérez.