DAVID
RODRIGUEZ,
UN
MONTAÑÉS DE RAZA
Texto
: Enrique Martínez Pérez
La
historia de nuestra montaña está plagada de personajes anónimos.
Gentes calladas, austeras, sufridas, duros como piedras, que han
soportado estoicamente los rigores del clima de la tierra que los vio
nacer y cuyo esfuerzo y sacrificio ha contribuido, sin duda, a
modelar el paisaje que nos rodea. Gente humilde, honesta, aferrada a
una economía de supervivencia. Gente de huerto, de madreñas, de
guadaña, de majadas y zurrona, de orujo en la mañana y sopas de ajo
en la noche, de fiestas de guardar, gente de respeto y de bien. Gente
austera, sencilla, humilde pero digna, muy digna.
Hemos
querido asomarnos a ese tipo de gente que en nuestra montaña ya
empieza a escasear. Gente de pura raza montañesa que el transcurrir
del tiempo ya se encarga de ir apartando y los obliga a permanecer en
la cocina.
Cuando
llegamos a casa de David, en Acebedo,Leon, el tiempo parece haberse
detenido. La casa donde vive está al final de una amplia corralada.
Antes, pasamos al lado de la cuadra, al fondo la portalada y a
nuestra izquierda la hornera. A la puerta dos pares de madreñas nos
indican que en la casa hay, al menos, dos personas.
-
Allá voy…
-
Pasa hombre, no te quedes ahí a la puerta, pasa, pasa… -responden
desde el interior.
Aunque
es el día de Viernes Santo, día de oficios, David ya no sube a la
iglesia. Y es que ésta no ofrece muchas facilidades ya que está
situada en un altozano que otrora fue castillo y antes castro romano.
Y no es porque D. Domingo, el cura, no se esmere en atender
debidamente la parroquia después de 48 años de servicio al pueblo,
que hoy mismo, por la mañana, logró reunir a 35 hombres en el coro
de la iglesia en el canto de El Poderoso. El caso es que ya faltan
las fuerzas y las ganas.
La
cocina de David es genuina, de las de antes: el hogar, que en ese
momento saca brillo una de sus hijas, la trébede, la cocina
económica, la mesa de la cocina y el escaño. Desentonan enormemente
un moderno horno microondas sobre la trébede, un televisor en color
colocado en un triángulo de madera sobre el microondas y el
frigorífico en un rincón de la cocina. De no se por estos
electrodomésticos se podría decir que estamos en una cocina de los
años 50 de cualquier casa de la montaña.
David
está sentado en el escaño al pié de la lumbre y no entiende muy
bien que lo que él nos pueda contar pueda tener el más mínimo
interés. Le falla el oído pero durante toda nuestra conversación
tiene el apoyo de su esposa, Gloria, que, de vez cuando, puntualiza
algún detalle.
Intentamos
hurgar en sus recuerdos más lejanos, aquellos que alcanzan su más
tierna infancia cuando su madre Esther Cañon, que era de Corniero,
lo trajo al mundo. Sabemos que su madre adquirió cierta notoriedad
en la zona gracias a su gran habilidad como dentista. Dice David que
aprendió con un médico y después de un breve examen, que consistió
en una extracción en vivo, le habilitó como dentista y le entregó
sus atributos: dos peculiares tenazas que la acompañarían a lo
largo de su dilatada “carrera profesional”. En el pueblo pocos
quedarían a quienes la tía Esther no haya quitado dolores de muelas
y las muelas mismas. Cuando llegaba el paciente ya metía las tenazas
en la lumbre, único medio que tenía para desinfectarlas. Una vez
frías procedía con su oficio. Jamás una infección, nunca un solo
problema.
-
Hasta 19 le quitó a una de Polvoredo que tenía un invernal en los
Campos de María. Venía desesperada y le quitó las 19 de una
sentada. Y encima le dio de comer. Claro que no comería mucho la
pobre…
Nunca
cobró dinero la tía Esther por este oficio. Ni siquiera la
voluntad. Que iba a cobrar si nadie tenía un céntimo. Nos gustaría
ver las famosas tenazas pero las tenazas de sacar las muelas, como
tantas otras cosas, hace mucho tiempo que están desparecidas:
-
Las escondieron las hijas porque no querían que su madre siguiera
sacando muelas, porque ya era mayor, -apunta Gloria, la esposa de
David, que permanece durante toda la conversación sentada junta a él
en el mismo escaño- … Y tan bien las escondieron que no han vuelto
a aparecer. Estarán en algún pesebre, o en el desván, o vete tú a
saber dónde…
El
maestro de David se llamaba D. Basilio y era de Polvoredo. Era cojo y
tenía muy malas pulgas. Tenía, además, Don Basilio la mala
costumbre de mandar a los rapaces a buscar varas al monte. Entonces
los maestros usaban varas para hacer entrar en razón a los rapaces.
No te podías mover y la cosa se veía hasta normal. Si te portabas
mal, justo era llevar unos leñazos, que no venían nada mal.
Parecido a los tiempos que corren.
Cuando
tocaba ir a por varas ya sabías lo que te esperaba a la vuelta: D.
Basilio tenía la puñetera manía de probar la vara en el cuerpo del
rapaz. Así que iban al monte como cordero al degolladero, a
sabiendas de que, a la vuelta tenían que “probar” la vara. Y no
podías decir nada porque tu padre te sacudía más a nada que le
insinuaras.
Nació
David en el año 1926. Cuando estalló la Guerra Civil contaba apenas
10 años. Mantiene, sin embargo, nítidos sus recuerdos de la
desgraciada contienda. Acebedo cayó en zona nacional. Llegaban los
camiones cargados de armamento que descargaban a la entrada del
pueblo. Los vecinos estaban obligados “por ley” a transportar con
la pareja de vacas y el carro, con mulas o con burros, los
cargamentos de armas hasta las trincheras, situadas en la Peña Ten.
Algo daban, pero poco. Qué iban a dar, si no había…
Recuerda
David el día que a él le tocó el transporte. No tendría más de
11 años. Cargaron los carros por la tarde para ir a dormir a La Uña.
Iba con Frasio, que ahí está. Al día siguiente, de madrugada,
salieron de casa el molinero hacia Valdosín. Pero estaba muy frío,
ya que era por Octubre “alante” y el teniente, o el que mandara
aquello, les dejó beber algo de orujo. La falta de costumbre hizo
que David cogiera una tremenda borrachera.
-
Llevo yo bebiendo orujo toda la vida y jamás me tuvieron que
levantar del suelo- le dijo el tío Gabino, cuando se enteró de la
trapisonda.
Cuando
espantó la mona, camino arriba, hasta Valdosín con la pareja y el
carro cargado de fusiles y cajas de balas. Allí, a la orilla del
camino vio el primer muerto de su vida. Estaba bocarriba y tenía un
tiro entre los ojos. Cree que era un “rojo”. Luego vio como otros
hombres bajaban más “rojos” muertos para enterrar en La Uña. Y
allí estarán…
Salió
de la escuela a los catorce años, como era preceptivo entonces. Lo
mejor es que se había librado para siempre de las varadas de D.
Basilio. Digamos que su vida laboral ya había empezado mucho antes,
pero a partir de ahora su quehacer como labrador y ganadero se iba a
convertir en una rutina que duraría toda su vida. Siempre se dedicó
a las mismas labores y pasó toda su vida en el pueblo. Sólo se
ausentó en dos ocasiones: cuando fue a servir a Lois y cuando hizo
el servicio militar, amén de un par de veces que visitó el hospital
para operarse de las caderas.
En
Lois estuvo sirviendo 6 años, desde los quince a los 21. El trabajo
lo conocía bien: recoger la hierba, cuidar el ganado y limpiar las
cuadras, regar el otoño, ordeñar las vacas... Solo en tiempo de
verano los amos, que eran algo familia, le dejaban ir de fiesta.
Recuerda haber ido varios años a la fiesta de Crémenes y a la de
Argovejo. Recuerda que en Lois, después de los trabajos diarios, le
echaban por la noche con el maestro a hacer cuentas, pero aquel
maestro no usaba vara, como D. Basilio.
Estando
en Lois, tierra de buenos sacerdotes, hicieron una obra de teatro
representando La Pasión y a él le dieron uno de los papeles, pero
no recuerda cual. Si recuerda haber representado la obra por varios
pueblos de la montaña, incluido Acebedo. Aquel día llovía si Dios
tiene agua y recuerda a la gente con los paraguas viendo la obra en
una portalada. Cobraban entrada y con el dinero pagaban los gastos.
La
otra salida del pueblo fue al servicio militar. No recuerda
exactamente cuanto tiempo duró pero cree que sobre unos tres años.
Estuvo en Medina del Campo, de cabo de artillería y pasaba un mes
allá y otro en casa. No tiene malos recuerdos de la mili.
Nos
damos cuenta que su memoria hace aguas de vez en cuando, pero su
esposa le ayuda a recordar. David coge el fuelle y aviva la lumbre.
Fuera el invierno se resiste a marcharse y nieva copiosamente.
-
Vaya invierno hemos tenido, -dice David mirando de soslayo hacia la
ventana- y parece que le ha cogido gusto, coño.
Entra
en la cocina uno de sus dos nietos mellizos, de cinco años, que
además se llama como él. David se vuelca con el niño:
-
Casi los crié yo, pero ahora ya no puedo. Casi no voy allá ¿Quieres
una galleta, monín?
Pero
hoy David, el nieto, tiene faena contando las gallinas…
-
¿Pero cuántas gallinas tienes abuela…..?
-
Catorce y el gallo, -responde rauda la abuela.
El
rapaz sale disparado por ver si le salen las cuentas y no atiende a
las indicaciones de su abuela para que se abrigue, ni a las galletas
que le ofrece su tía.
David
se casó con Gloria en el año 1956 y de su matrimonio nacieron dos
hijas: Esther y Amor, que también han vivido toda su vida en el
pueblo. Esther regenta hoy una casa rural y Amor se dedica al ganado
y a cuidar a sus padres.
La
vida de nuestro protagonista David ha transcurrido, como ya queda
dicho, dedicada a la labranza y al ganado, con todo lo que ello
conlleva. Durante los inviernos era obligado depalar para despejar
los caminos de nieve:
-
Te marcaban un varal y tenías que hacerlo, -dice resignado.
Iba
todo el pueblo ya que en su época no había máquinas quitanieves.
En cualquier momento había que evacuar un enfermo o atender
cualquier emergencia. Limpiar y atender el ganado y reparar las
herramientas para las faenas del campo, eran otras de las ocupaciones
de David durante el invierno. Por las noches acudían a las hilas.
Pero en su época ya casi no se hilaba de verdad. Solo se acuerda de
una mujer que lo hacía. Se iba, sobre todo, a charlar. Entonces no
había radio ni televisión. Había una serie de casas predispuestas
para las hilas: aquellas que tenían las cocinas más grandes. Hasta
preparaban bailes, de vez en cuando.
Llegada
la primavera, había que empezar con las faenas del campo. Lo primero
era preparar las tierras para la siembra. Entonces se sembraba de
todo. También comenzaba la época de las veceras, que era lo que más
tiempo ocupaba. En Acebedo había veceras de duendas (así llaman
aquí a la pareja de trabajo), de paridas, de jatos, de cabaña, de
ovejas, de corderos, de añojas… así que la gente andaba todo el
día con la zurrona a cuestas.
Al
final de Junio comenzaba la faena más importante de todo el año: la
recogida de la hierba. David era un gran segador y tenía la
peculiaridad de picar muy bien la guadaña, habilidad que le
facilitaba el trabajo, en gran manera. Dice que Dacio, su hermano, no
la entendía muy bien, pero tiraba “palante” porque tenía una
fuerza descomunal. Estuvo muchas veces de segador a jornal. Segaba de
sol a sol por dos duros (diez pesetas). Hoy serían 6 céntimos de
euro, por toda una jornada de duro trabajo y mantenido. Pero la
comida tampoco valía nada. Luego ya vinieron las máquinas de segar
con vacas y más tarde, las segadoras a motor. Eso ya no era
trabajar.
Terminada
la siega, en los primeros días de agosto, empezaba la faena de la
trilla. La trilla era un poco más llevadera, si cabe, que la siega.
Lo más pesado era limpiar, ya que se necesitaba el aire y echabas el
día entero. Luego también vinieron las máquinas de limpiar.
A
mediados de septiembre había que picar de nuevo la guadaña para
segar el otoño y luego venía la recogida de las patatas. Acabada
esta faena, comenzaba el acarreo de la leña para el invierno, que
había que cortar a hacha. No había motosierras. Una vez recogida
toda la mies, el campo quedaba libre y se daban las derrotas. Eso
hacía que las labores de pastoreo de ganado aflojaran y dejaran más
tiempo a otras faenas.
Ya
solo quedaba alzar las tierras y sembrar los cereales de ciclo largo
y a esperar que nevara.
Y
así un año y otro año hasta los 83 que cumplirá David el próximo
18 de mayo. Toda una vida dedicada a la tierra, dedicada a la
montaña… Otras profesiones breves quedaron por el medio: ejerció
de cabrero y anduvo algún tiempo de torero que aquí, en la montaña,
no consiste en atormentar y dar muerte a los toros en una plaza
cerrada, sino en cuidar y mimar a los sementales que tienen la misión
de perpetuar la especie.
Terminada
nuestra conversación, mientras el aprendiz de periodista recoge los
“bártulos”, David mira curiosamente el ordenador portátil.
También llama su atención el grabador que llevamos y que no es
mayor que una caja de cerillas:
-
¿Qué te parecen estas cosas David?
-
Coño, que me van a parecer, que todo lo que sea progreso, bien está,
hombre, bien está. Y repite lo de “bien está” para remarcar que
él no sabrá ni torta de estos artilugios, que no tienen nada que
ver con una pala o una guadaña, pero que ve como necesarios para el
futuro.
Le
muestro las fotos que he tomado durante nuestra conversación y de
repente exclama:
-
Coño, pero si también sale ahí la Gloria …
Y
David se parte de risa contemplando a su señora en la pantalla del
ordenador. Fuera no ha parado de nevar en toda la tarde.
Documento
publicado en el número 30 de la Revista Comarcal de Riaño en Mayo
de 2009. Escrito por Enrique Martínez Pérez.
DAVID
RODRÍGUEZ,
MONTAÑÉS
NOTABLE,
IN
MEMORIAN
Enrique
Martínez Pérez
David
Rodríguez Cañón, de Acebedo, que inauguró nuestra sección de
montañeses notables, falleció el pasado 9 de noviembre. Era David
uno de esos últimos ejemplos que quedan en nuestra montaña de
persona abnegada, sufrida, trabajadora y sencilla. Una vida dedicada
al campo, al ganado, a su familia y a su pueblo,uno
de esos grandes personajes desconocidos pero absolutamente necesarios
en nuestra maravillosa montaña.
David,
que había cumplido 83 años el pasado 18 de mayo, vio cumplida una
gran ilusión cuando llegaron al
mundo sus dos nietos mellizos. Con ellos disfrutó y compartió
muchas horas durante los últimos años de su vida, alejado ya de las
faenas a las que siempre se dedicó.
Vaya
desde aquí nuestra admiración, nuestro respeto y nuestro recuerdo
para un ejemplo de montañés, grande en humildad y nobleza.
Documento publicado en el número 32 de la Gacetilla Local. Montaña de Riaño en Noviembre de 2009. Escrito por Enrique Martínez Pérez.